martes, 3 de enero de 2012

The Horrors se redimen

Cóctel perfecto de Primary Colours y Skying

Estamos a 3, pero de diciembre.
Flotando en su música atmosférica. Así estuvieron los 900 fieles, aforo completo, del grupo británico la hora escasa que duró su concierto. Su peregrinación por las salas de conciertos madrileñas había sido tormentosa hasta la fecha. En el 2007 llegaron como abanderados del punk más agresivo, se colgaron de la bola de discoteca de la Moby Dick y causaron heridos con su peligroso directo. Dos años después buscaron la redención con un rock más pausado y oscuro. Pero The Horrors se presentaban el viernes a su auténtica reválida. El veredicto: cumplieron con creces.

     La tremenda metamorfosis que han dejado patente en sus discos tenían que refrendarla en un concierto con el público divido. Se contaban tantos escépticos como acérrimos seguidores. En la cola para entrar a la Rock Kitchen se libraban encarnizadas batallas intentando adivinar lo siguiente: cuál de las versiones de los camaleónicos The Horrors saldría al escenario. Hacía días que se había colgado el cartel de “no hay entradas”. La espera había llegado a su fin.

     Como antesala del quintero de Southend salieron para caldear el ambiente Cerebral Ballzy. Los neoyorquinos visitaban España por primera vez. Actuando como teloneros hicieron de contrapunto perfecto. Sirvieron, también, para recordar el sonido más crudo de unos Horrors primerizos, que ahora se han puesto la etiqueta de “maduros” y no frecuentan las canciones de su primer álbum Strange House. Engancharon con su punk de letras simples sobre: skate, cerveza, chicas y pizza.

     De la mano de su frontman, el cool Honor Titus, que se fundía con el público y se lanzaba a las primeras filas para sentir su aliento, consiguieron transmitir su sonido urgente. Los pogos fueron la tónica dominante durante la media hora que duró su actuación. Increíble en el madrileño acostumbrado a permanecer impasible en cualquier espectáculo. Su momento álgido llegó con su versión de I Wanna Be Adored de The Stones Roses.

     Momentos de impás cuando cesó la música adolescente y rebelde de Cerebral Ballzy. Más apelotonamiento en las filas cercanas a las tablas, cuchicheos sobre la canción que abriría. La espera tampoco fue muy larga. Miles Away, la promotora del concierto, hizo respetar los horarios. Faris Badwan y compañía tomaron con puntualidad el escenario del antiguo Katedral, ahora Rock Kitchen, para abrir uno de los conciertos más intensos de este año, que ya acaba, 2011.


    Intercalaron canciones de sus dos últimas entregas, Pimary Colours (2009) y Skying (2011). Mezclaron a la perfección la intensidad de su segundo disco, que les valió para que fuese calificado como el mejor disco por la revista NME del curso 2009, con los cortes más pausados, de ritmos sosegados, de su tercer y último disco.

     Comenzaron con Changing the Rain. Aunque el set list no era ninguna sorpresa. El papel con todas las canciones que tocarían estaba a la vista de todos junto con sus guitarras y su equipo. Los primeros comentarios se dirigieron hacia el aspecto del cantante. Una estética con toques indígenas, un collar estrambótico en el cuello, que pendulaba desde los casi dos metros de los que colgaba.

     Cuando sonaron los acordes de la segunda canción, Who Can Say, se empezaron a intuir los derroteros que iba a tomar la noche. Querían inducir en un trance a sus seguidores. A partir de un gran contraste entre los cortes elegidos para el directo. Primero el ambiente más relajado, como levitando en éter, cerca de consumar una ascensión mística, de canciones como la que abría el concierto o  I Can See Through You o Dive In. Entonces embestían las guitarras chirriantes, los riffs rockeros que te devolvían a los Horrors más ruidistas, amigos del noise y el shoegaze.

     Scarlet Fields después de I Can See Through You es como zarandear a alguien que está tumbado, con su cuerpo suspendido en el aire. No lo tiras contra el suelo porque luego suena otro sonido envolvente que te reconduce y consigue estabilizarte de nuevo. Así una y otra vez. Esto obligaba al público a estar en tensión, nunca decaía. El resultado fue bueno. El público respondió. Era arriesgado prescindir por completo de su primer disco, Strange House (2007), y salir airoso. Y poner convulsionando a alguien que está sumido en la más absoluta de las paces… Hay que hacerlo muy sutilmente para que guste.

     El concierto, un repaso a lo largo de sus temas más conocidos, llegaba su fin. Sea Within a Sea sonaba en uno de los momentos más apasionados, los sentimientos llevados al límite. Comunión absoluta entre las dos partes. La parroquia se dejaba llevar por donde Faris y compañía marcasen. Se va el sonido. Se hace el silencio y solo suena la batería. La conmoción es grande. Consiguen que vuelva cinco minutos después pero es difícil que se alcance la intensidad, fruto de 40 minutos de un rito espiritual y místico, a la que se había llegado.

    Tocan Still Life, después de dejar Sea Within a Sea inacabada, y se marchan. ¿Decepción final? No. Mirror´s Image y Three Decades devuelven en su bis el nervio a los que habían perdido la tensión. La calidad del sonido, la gran y única pega vuelve a ser normal, tirando a deficiente, como acostumbra la Rock Kitchen, pero no enturbia sus ganas y la impecable noche. Cierran con Moving Further Away. Se van, pero que no sea lejos, que por noches como esta, sí que estaría bien que volviesen. Terminan sabedores de que han saldado deudas con Madrid y ahora se les conoce por su música y no por sus escándalos. Borrón y cuenta nueva. Próxima vez, sin fallo de sonido, se consuma el éxtasis, el trance es completo.

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