domingo, 15 de noviembre de 2015

Mudanzas de estar en blanco


Pero tú eres así, te mueves con la cadencia inequívoca del que nunca gustó de las prisas



La enésima huelga, lejos de indignar a los lisboetas, da a los convecinos de la ciudad atlántica la excusa perfecta para dormir un poco más. Así, descansados y tranquilos, se toman a guasa que el vigilante del metro arrastre despacio los pies cuando se dirige a la puerta que debería llevar abierta cinco minutos. Son las diez y treinta y cinco. Unos cuantos esperan apostados para recobrar automáticamente sus rutinas. Sus manos agarran entre relajadas y ansiosas los barrotes gastados.

Asoma su miedo, no saben por qué han vuelto a acortar las horas de su día, a parar en seco una ciudad que ni tan siquiera se mueve rápido, más bien como los pies del celador, se arrastra, se mece en un pegajoso ritmo que se prolonga día tras día. Antes de la noche llegan los atardeceres en rojo que anuncian vientos y lluvias fuertes.

De su ignorancia nace el atrevimiento para preguntar: ¿Qué passa?. Primero una mujer aburrida, luego alguien con gabardina y prisas. Pero se pierden sin respuesta.

Tumbados en sus divanes hilvanan las pistas de sus improvisados razonamientos. Juntan palabras. Merkel-Troika, Passos-rua. Pero resulta violento importunarles con una petición, que desarrollen esas relaciones formadas del boca-oreja. Te dirán: Não consigo.

Está claro que así el transporte público podrá seguir parando una vez al mes, que las colas en urgencias -previo pago- seguirán avanzando despacio. Que el supermercado de turno rara vez funcionará de modo eficiente y tendrás que avanzar a empellones por los pasillos.

Lisboa despierta, no holgazanees más en la cama. Cambia o no servirá de nada que te laves la cara al levantar. Ojerosa, sin distinguir las horas, perderás tu rumbo, se caerán tus casas abandonadas y las tropas extranjeras entrarán sin problemas a saquear lo poco que quede.


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